Jean Vauquelin des Iveteaux, alquimista, fue un personaje nacido a
mediados del siglo XVII, del que muy pocas cosas se hubieran sabido sin el
estudio de Sylvain Matton aparecido en el volumen homenaje publicado para
festejar los 90 años de François Secret y dedicado a los Documentos olvidados
sobre la cábala, la alquimia y Guillaume Postel.
En uno de sus comentarios al comienzo
del Cantar de los Cantares, Vauquelin se refiere a lo qué se esconde bajo
los nombres de esposo y esposa y dice:
“… el espíritu luminoso o el fuego fijado en la
tierra virgen es la esposa; y por esposo se entiende el espíritu volátil
luminoso invisible, fuego natural contenido en la naturaleza húmeda, enviado del
cielo en calidad de espíritu universal, que vivifica y anima a toda criatura. Es
este spiritus intus aliens, totamque infusa per artus mens agitans
molem, el anima mundi de Platón y Metatrón de los
cabalistas.”
Quando se refiere al famoso versículo del Cantar que dice: “Que me bese
con los besos de su boca, pues sus pechos son mejores que el vino” (1, 2),
Vauquelin define a los protagonistas del poema e indica el medio de su
unión:
“El término que significa ‘beso’ está expresado en
plural en hebreo, lo que indica besos reiterados e innumerables a fin de que
esta esposa pueda decir, como está dicho en Salmos 119, 131: Abro mi
boca franca y hondo aspiro al espíritu en mí, de modo que no seamos más que
uno. Es necesaria, pues, una cantidad de espíritu volátil a proporción de la
esposa fija y que él dé más de un beso, a fin de que el cuerpo devenga uno con
él y sea espiritualizado por esos besos que los unen. El fijo es pues esta
esposa virgen que demanda el beso puro, que quiere recibir del volátil
totalmente espiritual que el cielo le envía. Los dos son dos sustancias de una
misma raíz, hermano y hermana, esposo y esposa, hijos de la misma naturaleza que
los produce, agua cruda, agua cocida, que tienen su origen en el agua, ab
aqua sunt omnia.”
Sin embargo esta unión no puede hacerse tan fácilmente, pues la esposa al principio no es pura sino que está mezclada con los elementos terrestres que la habían sepultado hasta aquél momento, por eso:
“… es necesario que sea lavada y purgada por medio de
él (el esposo), y dispuesta a recibir este beso gracias a un estado que la
convierta en libre de mácula, y que además esté vacía de cualquier apego, que
esté separada de ellos, que se encuentre en una mortificación y aniquilamiento
de sí misma, que por la sequedad y la privación de toda otra cosa adherida, sólo
conserve su única y ardiente apetencia que pueda atraerle la restauración por la
que suspira, para desalterarla con un agua muy espiritual y celeste... Pues este
beso da el espíritu de vida, al espiritualizar la materia en la obra natural y
al divinizar, por decirlo así, el alma en la obra espiritual de la salvación por
la unión del alma con Dios por Jesucristo; al igual que el cuerpo elemental se
convierte en celeste y espirituoso mediante el vehículo de la luz, este agente
del Señor por medio del cual perfecciona toda clase de materia.”
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